Si estás pensando en visitar República Dominicana, seguro que ya te visualizas en playas de arena dorada y aguas turquesas. Yo vuelvo encantada tras haberlas disfrutado casi en soledad, con una temperatura ideal y sin el temido sargazo, que actualmente es una de las grandes preocupaciones en todo el Caribe. Pero quiero demostrarte que República Dominicana es mucho más que playas. En este post te llevo a la excursión por la península de Samaná que más me robó el corazón: El Salto El Limón.
No sé si fue por el buen día que elegimos, por todo lo aprendido o por hacerlo a nuestro ritmo lo que hizo que esta excursión fuera tan especial. Pero de algo estoy segura: allí hice algo que nunca antes había hecho en mi vida… nadar bajo una cascada salvaje. ¡Fue alucinante!
Pero empecemos por el principio: la excursión es de medio día y consiste en una caminata entre la exuberante vegetación tropical de la península de Samaná que lleva hasta una impresionante cascada, el llamado Salto del Limón. Se puede hacer totalmente por libre, pero como queríamos que nos explicasen todo lo que nos rodeaba, contacté con una agencia local que trabaja con guías expertos y, además, nos ofrecía la opción de hacer todo el recorrido a pie en lugar de a caballo, como suele hacer la mayoría. En nuestro caso, preferimos evitar esta última opción por razones de bienestar animal.
Así fue como conocimos a Andrés, un chico súper majo que conocía la zona como la palma de su mano y disfrutaba mostrándonos todos esos detalles que uno pasa por alto si no los sabe. Empezó enseñándonos con orgullo plantas de café, piña, algodón, el tamaño de los mangos, e incluso trepó con una habilidad pasmosa por un árbol enorme para que probásemos el cajuil, un fruto delicioso y súper refrescante, muy apreciado en República Dominicana. También nos llevó a un terreno privado de unos conocidos, desde donde se divisaba la inmensidad de la naturaleza ¡Qué suerte poder disfrutarla desde un lugar tan privilegiado!

Aunque el camino no es difícil, sí resulta exigente en algunos tramos por la inclinación, las piedras resbaladizas, las veces que hay que cruzar el río Limón. Por eso nos sorprendía la facilidad con la que Andrés lo recorría sin apenas inmutarse y siempre con una sonrisa… ¡y todo eso en chanclas! ¡Incluso cogió a mi hija a caballito para que no se mojara las zapatillas al cruzar el río! Me parto de risa solo de recordar la cara que puso ella cuando, tan de repente, la levantó así.
Andrés también se convirtió en nuestro fotógrafo oficial cada vez que llegábamos a los sitios más bonitos. Rápido nos indicaba dónde y cómo ponernos, y hacía un montón de fotos desde todos los ángulos posibles. ¡Por fin tenemos fotos de los tres juntos!
Y así, de esta forma tan amena e instructiva, de repente nos topamos con el Salto del Limón.

Durante unos instantes me quedé como hipnotizada ante su belleza: imponía su altura, su fuerza y la vitalidad que desprendía… No iba con la idea de meterme, pero parecía invitarme a quitarme mis miedos y vivir la experiencia única de entrar en sus aguas salvajes ¡Y menos mal que le hice caso!
Fueron apenas unos minutos pero admirar su intensidad desde dentro es uno de los recuerdos más increíbles que me traigo de nuestro viaje a República Dominicana.



Y cuando ya estábamos de vuelta, cuando el calor empieza a pesar, cuando los escalones parecen infinitos y piensas que ya lo has visto todo… Andrés nos dice que nos demos la vuelta y… ¡ohhhhh, qué panorámica más espectacular!

Cuánto agradecí disfrutar de ese momento sin prisas, sin gente, sin palabras… En medio de esa grandeza, una se da cuenta de lo pequeña que es… y de que, si somos tan diminutos frente a todo esto, quizás nuestros problemas también lo sean un poco ¿NO os parece? ¡Cuánto bien me hace viajar!

Salto El Limón
Un baño salvaje en República Dominicana